Madrileños en agosto

El verano para los madrileños es el reto de recuperar una tradición castiza que parece olvidada y luchar contra la imagen del madrileño cascarrabias que odia el resto de identidades españolas

Nacho Diez

El verano es esa estación del año en la que los madrileños nos lucimos —un poco más y un poco peor que el resto del año—. Muchos abandonamos Madrid en agosto para disfrutar del mar del levante o del sur de España, en esos pueblos en los que antes no había nada y que ahora están atestados de guiris y turistas reventando los chiringuitos a pie de playa. Y llegamos a la costa para quejarnos de las algas del mar, del estado del paseo marítimo y de lo mal que se hace todo fuera de Madrid mientras nos tomamos una cerveza bien fresquita. Normal que el resto de España odie al madrileño medio que aparece en cada magazin de nuestra televisión quejándose de otras ciudades e identidades de su país, diciendo cómo hay que hacer las cosas sin tener ni idea de lo que habla.

 

 

Porque los de Madrid a veces somos como ese cuñado en una comida familiar que pone pegas y a todo le saca punta, haciendo que el resto de la mesa se sienta incómoda y deseé llegar a los cafés cuanto antes.

 

 

Pero como todo en la vida, existe la cara B de la moneda, la que menos se ve aunque sea la más bonita y admirable.

Existe otro Madrid y otros madrileños en agosto. Son los de las fiestas castizas de barrio que aprovechando que la ciudad se vacía, engalanan las calles con mantones de Manila, puestos de limonada, sangría y chotis improvisados en cada esquina.


Los madrileños en agosto son los que conquistan y celebran su ciudad —en la que antes había de todo y en la que ahora no se puede comprar ni una manzana— después de todo el año secuestrada por el coche y el ritmo de los turistas. Los madrileños en agosto son los mayores que se pintan y visten de chulapos para bailar en las plazas ahora que no hay nadie; los madrileños en agosto son los jóvenes que compran claveles rojos a sus amantes veraniegos y bailan chotis a ritmo de reggaeton y recuperan la tradición del vermut castizo y camisa blanca al medio día de un domingo después de salir de misa —entendamos “misa” como cualquier ritual de comunión con las amigas y la vida cotidiana—.


Porque los madrileños en agosto intentamos recuperar una tradición que parece olvidada y que cada verano —también en mayo— revive como florecen los claveles en primavera, volvemos a sentirla nuestra y volvemos a sentir el orgullo de ser de Madrid en ese oasis que es el verano, alejado de las declaraciones de presidentas y alcaldes que odian y no cuidan a su ciudad ni miman a sus vecinas y vecinos. Benditas sean sus vacaciones.


Y por eso este año, yo que siempre huía a mi pueblo adoptivo durante el sofocante agosto madrileño, compraré un billete para subir a Madrid y aprender de una tradición que nunca tuve, pero que siempre añoré tener. Para seguir descubriendo a Madrid y sus gentes, que son muchas, más interesantes y mejores que las que salen quejándose en cualquier magazin.