ALFAFAR 10 DÍAS DESPUÉS

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Nacho Diez

Las calles de Parque Alcosa no son las mismas que hace 10 días, sus vecinos y la maquinaria pesada se han encargado de limpiarlas para que el barrio vuelva cuánto antes a la normalidad. La entrada del centro logístico que desde el día 1 recibía y repartía materiales no tiene nada que ver, se podría decir que está limpia como una patena. El centro neurálgico del barrio es la ‘Koordinadora de Kolectivos del Parke’ un centro social ocupado que desde el día 1 se convirtió en un centro logístico para recibir y repartir materiales, comida o cualquier cosa que sus vecinos necesitaran.

“Por suerte aquí ya no hay barro, aunque te vas a Massanasa, tres calles más atrás y sigue todo hasta arriba de lodo”. Juanmi es uno de los que están haciendo labores de organización en la Koordinadora. “Ahora estamos descargando a destajo y organizando el material en la planta de arriba”, cuenta mientras llega una furgoneta a la puerta del CSO. El edificio antes era de titularidad privada, ahí se encontraban todas las asociaciones. Más tarde pasó a manos del Ayuntamiento de Alfafar y, según Juanmi, era un caos. “El Ayuntamiento nunca se quiso hacer cargo y terminamos ocupando la parte de arriba. Nadie del Ayuntamiento ha venido a reclamarlo”.

 

El Parque Alcosa cuenta con mucha población migrante sin papeles, una fuerte comunidad musulmana y familias con pocos recursos. Por eso la organización del barrio en torno a su centro social ha sido clave.

La Koordinadora está en la Plaza Miguel Hernández. Hace sol, nada de frío y en esta plaza un grupo de voluntarios hacen paella para todo el pueblo. Detrás de ellos está el Horno Orba, donde se encargan de repartir la comida a los vecinos y de tener una opción de comida halal para la población musulmana.

Al otro lado de la plaza, Leonarsi y RouKhou han montado un puesto de peluquería gratis para los vecinos del barrio. La cola para cortarse el pelo no desaprece desde primera hora de la mañana. Hay sobre todo hombres, pequeños y mayores que esperan pacientemente a que les toque su turno.

Unas calles más allá de la plaza hay un bar que ha conseguido abrir tras la riada. La cafetería Nou Bon Estar pudo abrir unos días después, en la que hay un trasiego de voluntarios que descansan mientras toman una cerveza. Una mujer joven de origen asiático atiende tras la barra, aunque ese no es su bar, es el de su tío. “En mi bar ha sido imposible abrir, está todo para reformar, hay que picar las paredes y tirar todo lo que había” cuenta la camarera. Incluso algunos botellines de los que sirven tienen aún restos de lodo en la parte baja del vidrio. “Ese creo que ya no va a abrir”, dice ella mientras señala el bar que se ve por la ventana al otro lado de la calle. Tiene la persiana reventada, es uno de los que más se inundaron. “Es un dineral, lo has perdido todo. Ahora tienes que comprar neveras, maquinaria… y para todo eso tienes que coger el coche, ¿qué coche si también lo has perdido? —la camarera limpia ahora algunos vasos que unos clientes acaban de dejar en la barra— Por ejemplo, la mitad de Benetússer ha perdido mínimo un coche. En Catarroja igual”.

Alfafar está lleno de camiones, militares, bomberos y policías nacionales, pero aún así no llegan a todo lo que hay que hacer para que el municipio vuelva a funcionar como antes. A unos diez minutos caminando de la cafetería se encuentran unos adosados en los que, hasta ahora, casi nadie había entrado en faena. Ataviados con equipos de protección individual y llenos de barro hasta las cejas hay cientos de voluntarios que se organizan en cada adosado para sacar el barro de los sótanos. Se puede ver cómo por cada casa hay aproximadamente unos 50 cubos que salen llenos de barro, se descargan en una saca de obra y vuelven a entrar al sótano mediante una cadena humana que no tarda más de 10 minutos en llenar cada uno de los sacos. En dos horas habrán sacado 600 cubos.

En un momento durante la cadena humana que saca cubos de ese sótano, un chico joven de unos 30 años se pone nervioso al ver que no quedan más sacas de obra para meter el lodo. Se ve en su cara la angustia y la desesperación y propone tirar directamente el lodo a la carretera. El resto de voluntarios se muestran en contra y proponen parar un momento hasta encontrar una solución. El chico de 30 años se niega y comienza a tirar los cubos de lodo a la calle. “Es normal, es que es su casa. Pobrecito”, se escucha cómo una chica le cuenta a su amiga que el chaval que está desesperado vive en el chalet del que están achicando lodo.

 

Tras unos minutos de caos llega un camión desatascador que mete la bomba dentro del sótano y comienza a sacar litros y litros de lodo. Es uno de los 36 camiones que han venido desde Marruecos para ayudar a las zonas afectadas. Con el camión trabajando, los voluntarios poco pueden hacer. Son las 14.00h y deciden irse a comer y descansar para volver mover lodo antes de que se vaya el sol.