Madrileños, tenemos que recuperar una ciudad que nos están arrancando de las manos para entregársela a otros.
Hace unos días, Rosalía presentó la portada de su nuevo álbum en las pantallas LED de Callao. La artista lo anunció apenas una hora antes, a través de un directo en TikTok, y en pocos minutos la plaza se llenó de miles de fans ansiosos de ver a una de las grandes divas de España. La concentración provocó el colapso de la zona, el cierre de la estación de metro de Callao y varios cortes de tráfico.
Según el Ayuntamiento de Madrid, todo apunta a que Rosalía no solicitó los permisos necesarios para el evento, y ahora podría enfrentarse a una multa del consistorio. Es curioso ver a Almeida imponiendo sanciones por irregularidades en Madrid, pero, en el fondo, lo que más le duele no es la infracción, sino haber perdido la oportunidad de embolsarse unos cuantos miles de euros con la tasa de ocupación del espacio público y seguir alquilando cada plaza y cada esquina de la ciudad.
Esto no va solo de Rosalía. Es una crítica a la ciudad-escaparate en la que los populares llevan más de treinta años convirtiendo Madrid:
No es casualidad que, desde que Almeida llegó al Ayuntamiento, la sucesión de reformas de las plazas públicas en los barrios del centro vaya siempre en una misma dirección. La Plaza de Santa Ana, en el barrio de Las Letras, tenía el doble de árboles en 2024; ahora es una sartén de cemento con algunos bancos, y el único espacio de sombra y fresquito son las terrazas de los bares que rodean la plaza.
Algo similar ocurre en la recién terminada Plaza de Felipe II, frente al Movistar Arena. El render del proyecto prometía juegos infantiles y muchos árboles. El resultado no puede ser más diferente: otra plaza dura sin un solo espacio verde y entregada a las mesas y sillas de los bares que, en los días de concierto, hacen el agosto con las terrazas.
En la Puerta del Sol, los populares se gastaron más de doce millones de euros en una reforma que ha dejado la plaza prácticamente igual que estaba y sin una sola sombra. Ahora, cada pocos meses, acoge conciertos y eventos programados por la Comunidad de Madrid para el autobombo de Ayuso.
Un modus operandi que forma parte del plan que el Partido Popular lleva treinta años desarrollando en Madrid: convertir la ciudad en un plató barato, en calles y plazas vacías que sirven para todo menos para sus vecinas.
Desde el exclusivo desfile de Carolina Herrera que cerró la Plaza Mayor, el scalextric que Red Bull quiso construir en Sol para promocionar la Fórmula 1 –aunque para hablar de este pelotazo harían falta varios artículos– o la horterada de disfrazar las paradas de Metro cuando a la empresa amiga de turno le da el capricho de tunearlas para su campaña publicitaria.
Están vendiendo Madrid con la gente dentro y al mejor postor.
Vendemos el espacio público al primero que pasa, pero somos incapaces de conquistarlo y hacerlo nuestro. Alfombra roja al espectáculo y multa al canto si quieres beberte unas latas en un parque, si quieres dar una clase de zumba gratis en Madrid Río o si quieres montar un cine de verano en una plaza de tu barrio.
Sin embargo, la comunidad latina madrileña nos está marcando el camino. Saben hacer suyos parques y jardines. Hace unos meses, Almeida se puso en pie de guerra contra los vecinos que practicaban ecuavoley en el parque de Pradolongo, en Usera. Cientos de ecuatorianos llevan sus propias redes de voley y montan torneos entre familias –merendola incluida– en cada pista improvisada. El Ayuntamiento mandó a la policía municipal a cortar y requisar estas redes, además de desalojarlos del parque con la excusa de que consumían alcohol en la vía pública. ¿Quién no se va a echar una birrita mientras juega con su gente una tarde de junio?
Pues ahí siguieron jugando nuestros vecinos de Usera al fin de semana siguiente, hasta que le torcieron el brazo al PP en la Junta de Distrito de Usera con una propuesta de Más Madrid para proteger este deporte, aprobada por unanimidad.
Madrileños, tenemos que espabilar. Nos están arrancando la ciudad de las manos y entregándosela a otros: a los turistas, a los fondos buitre. Nos han dicho que las plazas no son nuestras, y nos lo hemos creído, pero tenemos que dar la batalla. Cuando hablamos de organizarnos entre vecinas también hablamos de eso: montar comidas populares en las calles a través de las asociaciones de vecinos y ocupar el espacio público. En Barcelona lo practican bien.
Cada año que llega la temporada de calçots, los casals de joves –algo así como asociaciones juveniles en cada barrio– cortan una manzana al tráfico, ocupan una plaza y montan una calçotada popular acompañada, por ejemplo, de un bingo musical. Por diez euros tienes comida y un rato agradable sin coches ni prisas, lejos del capitalismo consumista. Ese dinero luego retornará en acciones para el barrio de las que se verán beneficiadas todas las vecinas.
La rueda ya está inventada, solo hace falta hacerla girar y sortear la burocracia y las trabas administrativas del Ayuntamiento de Madrid –en la meseta lo tenemos más difícil que en Barna, todo hay que decirlo– para empezar a imaginar que otra ciudad en la que sí merezca la pena vivir es posible.
Porque, por mucho que desde la izquierda tengamos un discurso precioso sobre lo amables que podrían ser nuestros barrios, aún nos falta eso: ser capaces de empezar a transformar nuestra ciudad desde la oposición y la sociedad civil organizada aunque sea de forma efímera y anecdótica.